lunes, 5 de enero de 2009

I

Se arregló las uñas y después de unas buenas horas frente al espejo, se dispuso a esperar su llamada, su mensaje, su paloma mensajera. Cualquier señal era válida justo en ese momento en que su corazón se quebraba y brotaban gotas saladas de su cuerpo frío y nervioso.
Estaba inquieta, bailaban sus dedos sobre la mesa al compás de la canción lenta de fondo y cada tanto los deslizaba a lo largo de su pelo, acariciándose las sienes y cerrando los ojos.
-Cinco minutos más.- dijo, pero con los ojos abiertos se percató que sólo habían pasado 3 minutos de espera.
Se ató de manos y pies para no correr tras él, se tiró en la cama con las sábanas revueltas y sacó el señalador del libro que dejó a medio final la noche anterior. Dos párrafos más tarde sus ojos se clavaron nuevamente en el reloj. Ya eran 20 minutos pasados de la hora acordada. Entonces se abrigó con bronca en su mejor orgullo, se levantó, dejó el celular sobre la mesa y cerró la puerta enérgicamente. Si llamaba, si su mensaje llegaba o la paloma mensajera se posara delicadamente en su ventana, ella, simplemente no estaría. Y en sus retorcidos pensamientos formulaba que así él vendría, preocupado y tierno, a buscar la respuesta al malestar que ella en su sorpresiva ausencia le daría a conocer.

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