Varias veces pasó horas pensándolo... quizás todo era mentira. Su mentira, porque nunca había habido nada entre los dos. Se sentía tan desgraciada con su querer, su doler. Suplicaba en silencio. Claro, su silencio era una súplica desesperada que pedía a gritos que eso no fuera una mentira, su mentira.
Pero si tan solo hubiera tenido su seguridad, una chance de entrar a su alma...lo habría dejado todo. Nunca había estado tan decidida a vivir. Ya era demasiado tarde para dejar de fingir sonrisas. Su ausencia no la sentía, la padecía y le acalambraba las palabras amontonadas en el paladar.
Sintió su cuerpo quebrarse, se fundía en un sueño infinito con estrellas y flores.
Sintió que él seguía siendo él, nada menos...nada había cambiado. Todavía podía sentir el eléctrico dolor en sus nervios, sus huesos y su carne retorciéndose cuando elegía a otra; pero ella lo quería feliz. Su imposible, su inalcanzable. De nadie, pero suyo...mío. Por quien vivía, por quien moría. Una muerte dulce entre risas y sangre que arrancaba de sus venas, y también un paraíso librado a la suerte de un reloj pero al borde del infierno de un final definitivo. Sólo había sido una epifanía, todo su irreal perfecto.
Entonces el tiempo se ahogó entre olas de besos y sus cuerpos se desintegraron en arena mientras su amor rogaba pertenecerle, una vez y para siempre.
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