Cuando las grietas en nuestra piel explotan y empiezan a escupir verdad, tengo la obligación de deslucirte con mentiras. Tengo que sacarte de alguna forma el brillo que todavía se ensaña en encandilarme como el primer día.
Es una pena, asesinarte es también asesinar una parte de mí que me encanta tanto. Tengo las dosis necesarias de tus palabras listas para filtrarse en mis venas pero no tengo la fuerza para asimilarlas. Tan vulnerable, tan permeable a vos y a tus enredos.
Y para peor, tengo la certeza terrible de saber que no va a haber nadie igual y que, sin embargo, no querés más.
Supongo que fue tan genuino como puede ser posible, todo en juego y aún así no pudimos escaparnos de estos finales mediocres. Supongo que es hora de volver a nuestras vidas, tan distintas. Supongo que es hora de volver a ser la clase de hipócrita que la gente quiere que uno sea, con humor de hacer todo como siempre y sin admirar estos detalles, como los tuyos, de la vida.
Cuando duele hasta los huesos, insistís en empujarme a hipótesis horribles, y es cuando estalla mi corazón por vos, en cada momento perfecto que conseguimos, descontaminándome las lágrimas de llanto por lágrimas de risa.
Es difícil lidiar con todo. Tener todo por vivir. Vivir por y con todo. Y cuando todo ya no quiere ser todo, es inevitable quedarse solamente con nada como único todo. Mientras todo lucha desesperadamente para escaparse de ahí, rompe palabras, recuerdos, días, noches y bastante de mí, la nada gélida empieza a enfriar el alma. Vacía.
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1 comentario:
Y cuando todo ya no quiere ser todo, es inevitable quedarse solamente con nada como único todo
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