Su gran conocimiento de los límites hace que guste de dormir justo en el borde de las cosas:
el lugar que separa la superficie del jarrón y el aire que lo envuelve, la luz y la pantalla que la expande, el deseo y el cuerpo que acaricia, la distancia que media entre la voz y la palabra o el suspiro.
Quienes ahí la rozan aprenden, unos el miedo, los otros la indiferencia. En cambio en mí se crece el amor que le tengo con tal fuerza, que en esa ambigua consistencia del objeto entregado a su no-ser-sí-mismo quiero verter mis brazos en torrente y enredarme la piel, des-componerme en la disolución perpetua que confirma su ser.
Pero, apenas intuye mi intención, se anticipa, burlando el gesto en sus inicios: tanteo la incipiente claridad y la encuentro, bien despierta, en el centro de las cosas.
Chantal Maillard
miércoles, 1 de abril de 2009
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